BLOGGER TEMPLATES AND TWITTER BACKGROUNDS

martes, 23 de noviembre de 2010

Capitulo 1

Ocurrió por primera vez cuando tenia 5 años, me encontraba en el colegio.Mis compañeros de clase y yo estábamos sentados en una pequeña zona de lectura, en un cemicirculo; la señora Peevish mi profesora, empezo a anotar en nuestros libros de jardín de infancia nuestros gustos.
-bradley,¿que quieres ser de mayor?- pregunto la señora Peevish
-Bombero- dijo el casi gritando-
continuo preguntándole al resto de los niños hasta que llego a mi
-(tn), que quieres ser?- pregunto ella
no conteste.
-actriz?
negué con la cabeza
-¿medico?
-nuh-uh-dije
-¿azafata?
-puaj!- le respondí
-entonces que?- pregunto irritada
-quiero ser...
-si?- pregunto ella-
-quiero ser... vampiro!- grite, para el asombro de la señora Peevish y la de mis compañeros de clase.Por un momento creí que se empezaba a reírse y quizás si lo hizo.los niños que se sentaban a mi lado empezaron a alejarse de mi lentamente.Pase la mayor parte de mi infancia viendo como se apartaban de mi lentamente .

Ni idea donde me concibierón el la cama de agua de mi padre o el techo de el colegio de mi madre, todo depende de quien cuente la historia.Mis padres eran dos almas gemelas que no podian dejar atras los setenta:Amor verdadero mezclado con drogas,inciencio con olor a frambuesa y música de los Grateful Dead.
Tras mi llegada al mundo, Sarah y Paul Madison dejaron de estar tan perdidos. O dicho de otro modo, mis padres dejaron de tener «la mirada tan perdida».

Nuestro apartamento hippie estaba decorado con pósters
florales en 3D que brillaban en la oscuridad y con tubos
naranjas que contenían una sustancia viscosa que se movía
sola: lámparas de lava, de las que era imposible apartar la vista.
Los tres nos reíamos y jugábamos a «Rampas y escaleras»
mientras nos atiborrábamos de pastelitos Twinkies. Nos quedábamos
despiertos hasta tarde viendo películas de Drácula,
Batman y episodios de Dark Shadows con el infame Barnabus
Collins en el televisor en blanco y negro que nos habían regalado
al abrir una cuenta bancaria. Me sentía segura bajo el
manto de la noche, frotando la creciente barriga de mamá, que
hacía ruidos semejantes a los de las lámparas de lava. Pensaba
que daría a luz a una sustancia viscosa, pero todo cambió
cuando finalmente dio a luz a una masa viscosa: «el Raro».
¿Cómo pudo hacerlo? ¿Cómo pudo destrozar nuestras veladas
de Twinkies? A partir de entonces, mamá se iba a dormir pronto
y aquella creación a la que mis padres llamaron «Billy» lloraba
y protestaba toda la noche. De repente me encontraba
sola. Únicamente Drácula —el Drácula de la televisión— me
hacía compañía mientras mamá dormía, el Raro berreaba y
papá cambiaba pañales malolientes en la oscuridad.
Y por si eso fuera poco, me enviaron inesperadamente a un
lugar que no era mi apartamento, que no tenía pósters de flores
salvajes en 3D en las paredes, sino aburridos collages hechos
con las huellas de los niños. ¿Quién decora este sitio?, me
pregunté. Por todas partes había niños y niñas que parecían sacados
de un catálogo de Sears. Ellas llevaban vestidos de volantes
y ellos, perfectamente repeinados, pantalones de pitillo.
Mamá y papá lo llamaron «jardín de infancia».
—Serán amigos tuyos —me dijo para tranquilizarme mientras
me aferraba a ella como si me fuera la vida en ello. Se despidió
de mí y me lanzó besos mientras yo permanecía sola junto
a la matronal señora Peevish, lo cual era lo más solo que
alguien puede estar. Vi a mi madre alejarse con el Raro apoyado
en su cadera, mientras lo llevaba de vuelta a un lugar lleno
de pósters luminiscentes, películas de monstruos y Twinkies.
De algún modo, me pasé el día cortando y pegando papeles
negros, pintando los labios de una Barbie del mismo color y
contando historias de fantasmas a la profesora adjunta mientras
los niños del catálogo de Sears correteaban como si todos
ellos fueran primos en un picnic de la típica familia americana.
Incluso me alegré de ver al Raro cuando mamá finalmente vino
a recogerme.
Aquella noche me encontró con los labios presionados sobre
la pantalla del televisor intentando besar a Christopher Lee
en Drácula.
—¡(tn)! ¿Qué haces despierta a estas horas? ¡Mañana tienes
que ir a la escuela!
—¿Qué? —exclamé. La tarta de cerezas Hostess que había
estado comiendo cayó al suelo, y mi corazón con ella.
—¡Pero creía que sólo tenía que ir una vez! —dije, presa del
pánico.
—Cariño, ¡tienes que ir cada día!
¿Cada día? Aquellas palabras resonaron en mi cabeza. ¡Eran
una sentencia de muerte! Aquella noche, el Raro no pudo
competir con mis dramáticos lamentos y lloros. Mientras yacía
en la cama, rogaba por que el sol no volviera a alzarse y por
una oscuridad sin fin. Por desgracia, el día siguiente amaneció
espléndido y yo tenía un monstruoso dolor de cabeza.
Ansiaba estar con al menos una persona con la que pudiese
conectar. Pero no pude encontrar a nadie, ni en casa ni en
clase. En casa, las lámparas al estilo Tiffany reemplazaron las de
lava, los pósters luminiscentes se cubrieron con papel pintado
de Laura Ashley y un moderno televisor en color de veinticinco pulgadas sustituyó a nuestro tosco aparato en blanco y negro.
En la escuela, me dedicaba a silbar el tema de El exorcista
en lugar de cantar las canciones de Mary Poppins.
A mitad de curso traté de convertirme en vampiro. Trevor
Mitchell, un niño rubio de pelo perfectamente repeinado y de
cansados ojos azules, se convirtió en mi objetivo desde el momento
en que me quedé mirándolo fijamente cuando intentó
adelantarme en el tobogán. Me odiaba porque era la única que
no le temía. Los niños y el personal docente le hacían la pelota
porque su padre era el dueño de la mayor parte del terreno
donde se asentaban sus casas.
Trevor estaba en la fase del mordisco, no porque quisiera
ser un vampiro como yo, sino porque era mezquino. Había
arrancado trozos de carne de todos menos de mí, y yo me estaba
empezando a mosquear.
Estábamos en el patio, de pie junto a la canasta de baloncesto,
cuando pellizqué la piel de su enclenque bracito tan fuerte
que creí que la sangre saldría a borbotones. Se puso colorado
como un pimiento. Permanecí inmóvil y esperé. Trevor
temblaba de ira y sus ojos rezumaban venganza mientras yo le
sonreía maliciosamente. Entonces dejó la huella de sus dientes
en mi mano expectante. La señora Peevish tuvo que obligarle a
sentarse junto al muro de la escuela y yo bailé felizmente por
todo el patio esperando transformarme en un murciélago.

Espero que guste comenten please (:

3 comentarios: