Chicas algunos capitulos no continuan, se empieza a narra otra cosa como este.
Han pasado varios años.
Conoci a un chico llamado Bill solo somos amigos algo me impide ser mas que eso y solo se un secreto de el es......
Era como un último clavo en un ataúd. Becky y yo estábamos acampados en mi
oscura habitación, absortas en la
década de los ochenta, con el clásico de horror de culto besando Ataúdes. La femme
fatal, Jenny, una adolescente,
rubia malnutrida usando un vestido de tamaño de dos negativas de algodón blanco,
fue corriendo desesperadamente
hasta una senda de piedra serpentina hacia una aislada mansión embrujada. La
brillantez de las venas de los rayos
generales se disparó en la lluvia torrencial.
Sólo la noche antes de Jenny había descubierto la verdadera identidad de su novio
cuando ella tropezó en su
calabozo oculto y lo encontró sobre un ataúd. El apuesto Vladimir Livingston, un
renombrado profesor de inglés, no
era un simple mortal después de todo, pero era un vampiro inmortal chupador de
sangre. Tras la audiencia de la
sangre de Jenny curdling gritó, el profesor Livingston inmediatamente cubrió sus
colmillos con su capa negra. Sus
ojos rojos se mantuvieron ocultos, mirando atrás en su longitud.
"No se puede dar testimonio de mí en este estado," dije, junto con el vampiro.
Jenny no huyo. En lugar de ello, extendió su mano en dirección hacia su novio. Su
amor vampiro gruñó, a
regañadientes retrocedió atrás en la sombra, y desapareció.
La película colmillos se habían convertido en una gótica de culto que siguió hasta el
día de hoy. Miembros de la
audiencia acudieron en masa a los cines retro en pleno vestuario, grité las líneas de la
película al unísono, y ha
actuado a cabo las diversas funciones en frente de la pantalla. A pesar de que había
visto la película una docena de
veces en casa en mi DVD y conocía todas las palabras, yo nunca había sido
bendecida con la participación en una
muestra de obra de teatro. Esta fue la primera vez con Becky viendo la misma. Nos
sentamos en mi cuarto, pegadas a
la pantalla, como Jenny decidió volver a la mansión del profesor para hacer frente a su
amante inmortal. Becky cavo
algo -en la sangre-rojo-pintado las uñas en mi brazo como Jenny, lentamente abrió el
chirriante arco de madera con
forma de puerta del calabozo. La ingenua se deslizado suavemente por la enorme
escalera de caracol en el oscuro
sótano de Vladimir, antorchas y telarañas colgaban en las paredes de ladrillo de
cemento. Un simple ataúd negro se
sentó en el centro de la habitación, rocía la tierra debajo de ella. Ella se acercó con
cautela. Con todo su poder, Jenny
levanto la pesada tapa de ataúd.
Los violines chillando dieron un clímax. Jenny miro el interior. El ataúd estaba vacío.
"¡Él se ha ido!" - Becky grito.
Las lágrimas comenzaron a venir a mis ojos. Fue como verme a mí misma en la
pantalla. Mi propio amor, Bill
Kaulitz, había desaparecido en la noche, hace dos noches, poco después de que
había descubierto, también, de que
fue un vampiro.
Jenny se inclinó sobre el ataúd vacío y melodramáticamente sólo llorando como una
actriz de película podría.
Una lágrima amenazaba con caer de mi ojo. Yo me limpiaba con el dorso de mi mano
antes de que Becky me pudiera
ver. Pulsé el botón "Stop" en el control a distancia y la pantalla se ennegreció.
-"¿Por qué lo apagaste?" Becky preguntó. Su rostro estaba disgustado apenas
iluminada por las pocas velas que tuve
dispersas alrededor de mi habitación. Una lágrima rodando por su mejilla fue
capturada por el reflejo de una de las
velas. -"Acaba de llegar a la parte buena".
-"La he visto cientos de veces," dije, y expulse el DVD.
-"Pero no he", lloriqueo. -"¿Qué sucede ahora?"
-"Podemos concluir la próxima vez", me aseguró poniendo el DVD fuera en mi armario.
-"Si Matt fuera un vampiro," Becky dijo, en referencia a su nuevo novio, - "yo le
permitiría que mordiera de mí en
cualquier momento".
Me sentí desafiada por su comentario inocente, pero poco mi lengua. No podía
compartir mi secreto, la mayoría de los
secretos, incluso con mi mejor amiga.
-"De veras, no sabes lo que te gustaría hacer" era todo lo que podría decir.
-"Me gustaría dejar que muerda de mí", ella respondió.
-"Es tarde", dije, encendiendo la luz.
Yo no había dormido las dos últimas noches desde que se había ido Bill. Mis
ojos estaban más negros que la
sombra de ojos que puse en ellos.
-"Sí, tengo que llamar a Matt antes de las nueve", dijo, echando un vistazo a mi
despertador de Pesadilla antes de
Navidad. - "¿va Bill y se reunirá con nosotros para ver una película mañana?"
preguntó, poniéndose su
chaqueta de jean de la parte de atrás de la silla de mi ordenador.
-"Uh... no podemos," Yo estaba estancada, pensando algún motivo. - "Tal vez la
próxima semana".
-"¿La semana que viene? Pero no he visto aún ya que es el partido".
-"Te lo dije,Bill estudia para los exámenes".
-"Bien, estoy segura de que va a ir ", dijo. - "Él ha sido agradecido de los libros todo el
día y la noche."
Por supuesto, yo no podía decirle a nadie, incluso Becky, por qué Bill había
desaparecido. Yo incluso no estaba
segura de la razón de mí misma.
Pero sobre todo, no podía admitir a mí misma que había pasado. Yo estaba en
negación. -Lo de la palabra convirtió mi
estómago y mi garganta estaba estrangulada. Sólo la idea de explicar a mis padres
que Bill había dejado
Dullsville trajo lágrimas a mis ojos. No podía soportar la aceptación de la verdad, y
mucho menos decirle a ella.
Y yo no quería otro rumor que circulara en todo Dullsville. Si la palabra de que
Bill se había trasladado sin
previo aviso, quién sabe qué conclusiones, o que chisme podría saltar.
En este punto, quería mantener el statu quo: mantener las apariencias hasta que el
RBI-(tn) Bureau of
Investigation(Agencia de Investigaciones de(tn)-esperaría unos pocos días más a
la figura de un plan.
-"Ahora haremos una cita doble pronto," me prometió mientras caminaba afuera del
camión de Becky.
-"Estoy muriendo por saber...", dijo, mientras escalaba su camioneta. -"¿Qué pasa con
Jenny?"
-"Uh... Ella intenta encontrar a Vladimir."
Becky cerró su puerta, aplastándose por la ventana. - "Si descubriera que Matt era un
vampiro y luego desapareciera,
buscaría de él", dijo con confianza. -"Yo sé que tu harías lo mismo por Bill."
U_u no se si seguiré con la fic no comentan !
martes, 23 de noviembre de 2010
Capitulo 3
De repente, la limusina más negra que había visto en
mi vida dobló la esquina. El conductor, que llevaba una gorra
negra de chófer, abrió la puerta y … ¡ella salió del coche!
Parecía que el tiempo se había detenido y me quedé de piedra.
¡Tenía al mayor de todos mis ídolos vivos delante de mis
narices! Resplandecía como una estrella de cine, un ángel gótico,
una criatura celestial. Su brillante melena negra caía sobre
sus hombros. Llevaba una cinta dorada en la cabeza, una larga
falda de seda y un fabuloso abrigo oscuro al estilo de los
vampiros. No podía ni hablar y creí que entraría en estado de
shock. Afortunadamente, a mi madre nunca le faltan las palabras.
—¿Podría firmarle un autógrafo a mi hija, por favor?
—Por supuesto —respondió dulcemente la reina de las
aventuras nocturnas.
Me acerqué a ella y mis piernas parecieron derretirse bajo el
sol. Después de firmar en un Post-it amarillo que mi madre llevaba
en el bolso, la estrella gótica se puso a mi lado y me rodeó
con su brazo.
¡Anne Rice había accedido a hacerse una foto conmigo! No
había sonreído tanto en mi vida. Probablemente ella lo hacía
como otras tantas veces. Era un momento que ella nunca recordaría
pero que yo no podría olvidar jamás. ¿Por qué no le
dije que me encantaban sus libros? ¿Por qué no le conté lo
mucho que ella significaba para mí y que creía que tenía cualidades
que nadie más poseía? Pasé el resto del día gritando de
emoción, describiendo la escena a papá y al Raro una y otra
vez en nuestra pensión llena de antigüedades y paredes pintadas
de rosa pálido. Era nuestro primer día en Nueva Orleans y
ya estaba preparada para volver a casa. ¿A quién le importaba
el estúpido acuario, el Barrio Francés, las bandas de blues o los
collares del Martes de Canaval cuando acababa de ver a un ángel
vampírico? Después de esperar todo el día a que revelaran
el carrete, descubrí que la foto no había salido. Volví con mi
madre al hotel con el ánimo por los suelos. ¿El hecho de que
apareciéramos en las fotos por separado significaría que era
imposible capturar la imagen de dos amantes de los vampiros?
¿O simplemente servía para recordarme que ella era una brillante
escritora de éxito mientras que yo sólo era una niña gritona
y fantasiosa que pasaba por una fase oscura? ¿O quizá mi
madre era una fotógrafa desastrosa?
Un poco corto Comenten y subo cap :D
Esta pequeño por que no veo comentarios y no me da ganas de escribir :/
mi vida dobló la esquina. El conductor, que llevaba una gorra
negra de chófer, abrió la puerta y … ¡ella salió del coche!
Parecía que el tiempo se había detenido y me quedé de piedra.
¡Tenía al mayor de todos mis ídolos vivos delante de mis
narices! Resplandecía como una estrella de cine, un ángel gótico,
una criatura celestial. Su brillante melena negra caía sobre
sus hombros. Llevaba una cinta dorada en la cabeza, una larga
falda de seda y un fabuloso abrigo oscuro al estilo de los
vampiros. No podía ni hablar y creí que entraría en estado de
shock. Afortunadamente, a mi madre nunca le faltan las palabras.
—¿Podría firmarle un autógrafo a mi hija, por favor?
—Por supuesto —respondió dulcemente la reina de las
aventuras nocturnas.
Me acerqué a ella y mis piernas parecieron derretirse bajo el
sol. Después de firmar en un Post-it amarillo que mi madre llevaba
en el bolso, la estrella gótica se puso a mi lado y me rodeó
con su brazo.
¡Anne Rice había accedido a hacerse una foto conmigo! No
había sonreído tanto en mi vida. Probablemente ella lo hacía
como otras tantas veces. Era un momento que ella nunca recordaría
pero que yo no podría olvidar jamás. ¿Por qué no le
dije que me encantaban sus libros? ¿Por qué no le conté lo
mucho que ella significaba para mí y que creía que tenía cualidades
que nadie más poseía? Pasé el resto del día gritando de
emoción, describiendo la escena a papá y al Raro una y otra
vez en nuestra pensión llena de antigüedades y paredes pintadas
de rosa pálido. Era nuestro primer día en Nueva Orleans y
ya estaba preparada para volver a casa. ¿A quién le importaba
el estúpido acuario, el Barrio Francés, las bandas de blues o los
collares del Martes de Canaval cuando acababa de ver a un ángel
vampírico? Después de esperar todo el día a que revelaran
el carrete, descubrí que la foto no había salido. Volví con mi
madre al hotel con el ánimo por los suelos. ¿El hecho de que
apareciéramos en las fotos por separado significaría que era
imposible capturar la imagen de dos amantes de los vampiros?
¿O simplemente servía para recordarme que ella era una brillante
escritora de éxito mientras que yo sólo era una niña gritona
y fantasiosa que pasaba por una fase oscura? ¿O quizá mi
madre era una fotógrafa desastrosa?
Un poco corto Comenten y subo cap :D
Esta pequeño por que no veo comentarios y no me da ganas de escribir :/
capitulo 2
—Esa (tn) es extraña —oí que le decía la señora Peevish
a otra profesora, mientras yo pasaba dando saltos al lado del
lloroso Trevor, quien ahora descargaba su ira contra el asfalto.
Le lancé un agradecido beso con mi mano mordida y mostré la
herida con orgullo mientras me subía al columpio. Ahora podría
volar, ¿verdad? Aunque necesitaría algo que me hiciera coger
mucha velocidad. El asiento se elevó hasta el nivel de la par-
te superior de la valla, pero yo quería alcanzar las esponjosas
nubes. Cuando salté, el oxidado columpio empezó a combarse.
Tenía planeado volar a través del patio hasta alcanzar al sorprendido
Trevor. Sin embargo, me precipité al fango, lastimándome
aún más mi mano mordida. Lloré más por el hecho de
no poseer poderes sobrenaturales como los de mis héroes de
televisión que por mi carne palpitante. Con el mordisco envuelto
en un trapo con hielo, la señora Peevish me sentó contra
la pared para que descansara mientras Trevor, el mocoso
mimado, jugaba con total libertad. Me lanzó un beso burlón y
dijo «Gracias». Le saqué la lengua y le dediqué un insulto que
había oído en boca de un gánster en El Padrino. La señora Peevish
me hizo entrar inmediatamente. Me hicieron entrar muchas
veces durante mis recreos infantiles. Mi destino era tomarme
un descanso de mis descansos.
no quiero hablar mas de esto.
En el cartel de bienvenida de mi pueblo debería poner
«Bienvenidos a Dullsville: ¡mayor que una cueva pero
lo suficientemente pequeño como para sentir claustrofobia!
»
En Dullsville viven 8.000 personas que se parecen entre sí
en casas idénticas rodeadas de campos de cultivo. La climatología
(hace sol todo el año) es absolutamente deprimente. Las
vías del tren de mercancías que pasa por el pueblo a las 8:10 separan
el lado equivocado del correcto, los campos de trigo del
campo de golf, los tractores de los carritos de golf. Creo que el
pueblo sufre una regresión. ¿Cómo es posible que la tierra en
la que se cultiva maíz y trigo valga menos que la que está llena
de trampas de arena?
El centenario palacio de justicia se asienta en la plaza mayor.
No me he metido en suficientes líos como para que me
arrastren allí. Todavía. Alrededor de la plaza hay tiendas, una
agencia de viajes, una tienda de informática, una floristería y
un cine donde se ven reposiciones a buen precio.
Ojalá nuestra casa estuviera sobre las vías del tren y tuviera
ruedas para que pudiéramos salir del pueblo, pero vivimos en
el lado correcto, cerca del club de campo. Dullsville. El único
lugar emocionante es una mansión abandonada que una baro-
nesa exiliada construyó en lo alto de Benson Hill, donde murió
completamente sola.
Sólo tengo una amiga en Dullsville: Becky Miller, una chica
de granja que es aún menos popular que yo. Cuando nos conocimos,
estábamos en el tercer curso. Yo estaba sentada en las
escaleras de la escuela esperando que mi madre viniera a recogerme
(tarde, como siempre) cuando reparé en una niña revoltosa
encogida al pie de las escaleras que lloraba como un
bebé. No tenía amigos porque era muy tímida y vivía al este de
las vías. Era una de las pocas niñas granjeras que había en la escuela
y se sentaba dos filas por detrás de mí.
—¿Qué ocurre? —pregunté, sintiendo lástima por ella.
—¡Mami se ha olvidado de mí! —gritó, tapándose el infeliz
rostro cubierto de lágrimas con las manos.
—No, no lo ha hecho —la consolé.
—¡Nunca llega tan tarde! —gritó.
—Quizá esté en un atasco.
—¿Tú crees?
—¡Claro! O quizá recibió una llamada de uno de esos vendedores
entrometidos que siempre preguntan «¿Está tu madre
en casa?»
—¿De verdad?
—Pasa constantemente. O quizás tuvo que parar a comprar
aperitivos y había mucha cola en el 7-Eleven.
—¿Haría eso?
—¿Por qué no? Tenéis que comer, ¿no? Así que no temas,
pronto estará aquí.
Y efectivamente, apareció una camioneta azul con una madre
apenada y un simpático y peludo perro ovejero.
—Mi mami dice que puedes venir el sábado si a tus padres
les parece bien —dijo Becky mientras corría hacia mí.
Nunca nadie me había invitado a su casa. Aunque no era
tan tímida como Becky, era igual de impopular.
Siempre llegaba tarde al colegio porque me dormía, llevaba gafas de sol en
clase y tenía mis propias opiniones, lo cual era muy poco común
en Dullsville.
Beky tenía un patio trasero del tamaño de Transilvania, un
lugar genial para esconderse, jugar a ser monstruos y comer todas
las manzanas que cupieran en el estómago hambriento de
una persona de tercer curso. Yo era la única de mi clase que ni
le pegaba, ni le ignoraba, ni le insultaba. Es más, pateaba a
quien lo intentara. Era mi sombra tridimensional. Yo era su
mejor amiga y su guardaespaldas. Aún lo soy.
Cuando no jugaba con Becky, pasaba el tiempo pintándome
los labios y las uñas de negro, desgastando aún mas mis ya
de por sí roídas botas militares o sumergiéndome en las novelas
de Anne Rice. Tenía once años cuando fui con mi familia
de vacaciones a Nueva Orleans. Mamá y papá querían jugar al
blackjack en el casino flotante Flamingo. El Raro quería visitar
el acuario y yo sabía lo que quería: visitar la casa donde nació
Anne Rice, los sitios históricos que había restaurado y la mansión
que era ahora su hogar.
Permanecí en estado de trance a las puertas de su mega
mansión gótica mientras mi madre, a la que no había invitado,
me acompañaba. Podía intuir los cuervos que nos sobrevolaban,
a pesar de que probablemente no hubiera ninguno. Era
vergonzoso no haber venido de noche porque todo habría sido
mucho más hermoso. Algunas niñas que tenían un aspecto parecido
al mío hacían fotos desde el otro lado de la calle. Quería
acercarme a ellas y decir «Seamos amigas. ¡Podríamos recorrer
el cementerio juntas!». Por primera vez en mi vida sentí
que encajaba. Me encontraba en la ciudad en la que los ataúdes
se apilan a la vista de todos en vez de esconderse bajo tierra.
Había chicos universitarios con crestas rubias de diferentes
tonalidades. Por todas partes había gente con estilo, excepto en
Bourbon Street, donde los turistas parecían recién llegados de Dullsville.
Cuando hayan 15 comentarios subo cap (: espere que les aya gustado
a otra profesora, mientras yo pasaba dando saltos al lado del
lloroso Trevor, quien ahora descargaba su ira contra el asfalto.
Le lancé un agradecido beso con mi mano mordida y mostré la
herida con orgullo mientras me subía al columpio. Ahora podría
volar, ¿verdad? Aunque necesitaría algo que me hiciera coger
mucha velocidad. El asiento se elevó hasta el nivel de la par-
te superior de la valla, pero yo quería alcanzar las esponjosas
nubes. Cuando salté, el oxidado columpio empezó a combarse.
Tenía planeado volar a través del patio hasta alcanzar al sorprendido
Trevor. Sin embargo, me precipité al fango, lastimándome
aún más mi mano mordida. Lloré más por el hecho de
no poseer poderes sobrenaturales como los de mis héroes de
televisión que por mi carne palpitante. Con el mordisco envuelto
en un trapo con hielo, la señora Peevish me sentó contra
la pared para que descansara mientras Trevor, el mocoso
mimado, jugaba con total libertad. Me lanzó un beso burlón y
dijo «Gracias». Le saqué la lengua y le dediqué un insulto que
había oído en boca de un gánster en El Padrino. La señora Peevish
me hizo entrar inmediatamente. Me hicieron entrar muchas
veces durante mis recreos infantiles. Mi destino era tomarme
un descanso de mis descansos.
no quiero hablar mas de esto.
En el cartel de bienvenida de mi pueblo debería poner
«Bienvenidos a Dullsville: ¡mayor que una cueva pero
lo suficientemente pequeño como para sentir claustrofobia!
»
En Dullsville viven 8.000 personas que se parecen entre sí
en casas idénticas rodeadas de campos de cultivo. La climatología
(hace sol todo el año) es absolutamente deprimente. Las
vías del tren de mercancías que pasa por el pueblo a las 8:10 separan
el lado equivocado del correcto, los campos de trigo del
campo de golf, los tractores de los carritos de golf. Creo que el
pueblo sufre una regresión. ¿Cómo es posible que la tierra en
la que se cultiva maíz y trigo valga menos que la que está llena
de trampas de arena?
El centenario palacio de justicia se asienta en la plaza mayor.
No me he metido en suficientes líos como para que me
arrastren allí. Todavía. Alrededor de la plaza hay tiendas, una
agencia de viajes, una tienda de informática, una floristería y
un cine donde se ven reposiciones a buen precio.
Ojalá nuestra casa estuviera sobre las vías del tren y tuviera
ruedas para que pudiéramos salir del pueblo, pero vivimos en
el lado correcto, cerca del club de campo. Dullsville. El único
lugar emocionante es una mansión abandonada que una baro-
nesa exiliada construyó en lo alto de Benson Hill, donde murió
completamente sola.
Sólo tengo una amiga en Dullsville: Becky Miller, una chica
de granja que es aún menos popular que yo. Cuando nos conocimos,
estábamos en el tercer curso. Yo estaba sentada en las
escaleras de la escuela esperando que mi madre viniera a recogerme
(tarde, como siempre) cuando reparé en una niña revoltosa
encogida al pie de las escaleras que lloraba como un
bebé. No tenía amigos porque era muy tímida y vivía al este de
las vías. Era una de las pocas niñas granjeras que había en la escuela
y se sentaba dos filas por detrás de mí.
—¿Qué ocurre? —pregunté, sintiendo lástima por ella.
—¡Mami se ha olvidado de mí! —gritó, tapándose el infeliz
rostro cubierto de lágrimas con las manos.
—No, no lo ha hecho —la consolé.
—¡Nunca llega tan tarde! —gritó.
—Quizá esté en un atasco.
—¿Tú crees?
—¡Claro! O quizá recibió una llamada de uno de esos vendedores
entrometidos que siempre preguntan «¿Está tu madre
en casa?»
—¿De verdad?
—Pasa constantemente. O quizás tuvo que parar a comprar
aperitivos y había mucha cola en el 7-Eleven.
—¿Haría eso?
—¿Por qué no? Tenéis que comer, ¿no? Así que no temas,
pronto estará aquí.
Y efectivamente, apareció una camioneta azul con una madre
apenada y un simpático y peludo perro ovejero.
—Mi mami dice que puedes venir el sábado si a tus padres
les parece bien —dijo Becky mientras corría hacia mí.
Nunca nadie me había invitado a su casa. Aunque no era
tan tímida como Becky, era igual de impopular.
Siempre llegaba tarde al colegio porque me dormía, llevaba gafas de sol en
clase y tenía mis propias opiniones, lo cual era muy poco común
en Dullsville.
Beky tenía un patio trasero del tamaño de Transilvania, un
lugar genial para esconderse, jugar a ser monstruos y comer todas
las manzanas que cupieran en el estómago hambriento de
una persona de tercer curso. Yo era la única de mi clase que ni
le pegaba, ni le ignoraba, ni le insultaba. Es más, pateaba a
quien lo intentara. Era mi sombra tridimensional. Yo era su
mejor amiga y su guardaespaldas. Aún lo soy.
Cuando no jugaba con Becky, pasaba el tiempo pintándome
los labios y las uñas de negro, desgastando aún mas mis ya
de por sí roídas botas militares o sumergiéndome en las novelas
de Anne Rice. Tenía once años cuando fui con mi familia
de vacaciones a Nueva Orleans. Mamá y papá querían jugar al
blackjack en el casino flotante Flamingo. El Raro quería visitar
el acuario y yo sabía lo que quería: visitar la casa donde nació
Anne Rice, los sitios históricos que había restaurado y la mansión
que era ahora su hogar.
Permanecí en estado de trance a las puertas de su mega
mansión gótica mientras mi madre, a la que no había invitado,
me acompañaba. Podía intuir los cuervos que nos sobrevolaban,
a pesar de que probablemente no hubiera ninguno. Era
vergonzoso no haber venido de noche porque todo habría sido
mucho más hermoso. Algunas niñas que tenían un aspecto parecido
al mío hacían fotos desde el otro lado de la calle. Quería
acercarme a ellas y decir «Seamos amigas. ¡Podríamos recorrer
el cementerio juntas!». Por primera vez en mi vida sentí
que encajaba. Me encontraba en la ciudad en la que los ataúdes
se apilan a la vista de todos en vez de esconderse bajo tierra.
Había chicos universitarios con crestas rubias de diferentes
tonalidades. Por todas partes había gente con estilo, excepto en
Bourbon Street, donde los turistas parecían recién llegados de Dullsville.
Cuando hayan 15 comentarios subo cap (: espere que les aya gustado
Capitulo 1
Ocurrió por primera vez cuando tenia 5 años, me encontraba en el colegio.Mis compañeros de clase y yo estábamos sentados en una pequeña zona de lectura, en un cemicirculo; la señora Peevish mi profesora, empezo a anotar en nuestros libros de jardín de infancia nuestros gustos.
-bradley,¿que quieres ser de mayor?- pregunto la señora Peevish
-Bombero- dijo el casi gritando-
continuo preguntándole al resto de los niños hasta que llego a mi
-(tn), que quieres ser?- pregunto ella
no conteste.
-actriz?
negué con la cabeza
-¿medico?
-nuh-uh-dije
-¿azafata?
-puaj!- le respondí
-entonces que?- pregunto irritada
-quiero ser...
-si?- pregunto ella-
-quiero ser... vampiro!- grite, para el asombro de la señora Peevish y la de mis compañeros de clase.Por un momento creí que se empezaba a reírse y quizás si lo hizo.los niños que se sentaban a mi lado empezaron a alejarse de mi lentamente.Pase la mayor parte de mi infancia viendo como se apartaban de mi lentamente .
Ni idea donde me concibierón el la cama de agua de mi padre o el techo de el colegio de mi madre, todo depende de quien cuente la historia.Mis padres eran dos almas gemelas que no podian dejar atras los setenta:Amor verdadero mezclado con drogas,inciencio con olor a frambuesa y música de los Grateful Dead.
Tras mi llegada al mundo, Sarah y Paul Madison dejaron de estar tan perdidos. O dicho de otro modo, mis padres dejaron de tener «la mirada tan perdida».
Nuestro apartamento hippie estaba decorado con pósters
florales en 3D que brillaban en la oscuridad y con tubos
naranjas que contenían una sustancia viscosa que se movía
sola: lámparas de lava, de las que era imposible apartar la vista.
Los tres nos reíamos y jugábamos a «Rampas y escaleras»
mientras nos atiborrábamos de pastelitos Twinkies. Nos quedábamos
despiertos hasta tarde viendo películas de Drácula,
Batman y episodios de Dark Shadows con el infame Barnabus
Collins en el televisor en blanco y negro que nos habían regalado
al abrir una cuenta bancaria. Me sentía segura bajo el
manto de la noche, frotando la creciente barriga de mamá, que
hacía ruidos semejantes a los de las lámparas de lava. Pensaba
que daría a luz a una sustancia viscosa, pero todo cambió
cuando finalmente dio a luz a una masa viscosa: «el Raro».
¿Cómo pudo hacerlo? ¿Cómo pudo destrozar nuestras veladas
de Twinkies? A partir de entonces, mamá se iba a dormir pronto
y aquella creación a la que mis padres llamaron «Billy» lloraba
y protestaba toda la noche. De repente me encontraba
sola. Únicamente Drácula —el Drácula de la televisión— me
hacía compañía mientras mamá dormía, el Raro berreaba y
papá cambiaba pañales malolientes en la oscuridad.
Y por si eso fuera poco, me enviaron inesperadamente a un
lugar que no era mi apartamento, que no tenía pósters de flores
salvajes en 3D en las paredes, sino aburridos collages hechos
con las huellas de los niños. ¿Quién decora este sitio?, me
pregunté. Por todas partes había niños y niñas que parecían sacados
de un catálogo de Sears. Ellas llevaban vestidos de volantes
y ellos, perfectamente repeinados, pantalones de pitillo.
Mamá y papá lo llamaron «jardín de infancia».
—Serán amigos tuyos —me dijo para tranquilizarme mientras
me aferraba a ella como si me fuera la vida en ello. Se despidió
de mí y me lanzó besos mientras yo permanecía sola junto
a la matronal señora Peevish, lo cual era lo más solo que
alguien puede estar. Vi a mi madre alejarse con el Raro apoyado
en su cadera, mientras lo llevaba de vuelta a un lugar lleno
de pósters luminiscentes, películas de monstruos y Twinkies.
De algún modo, me pasé el día cortando y pegando papeles
negros, pintando los labios de una Barbie del mismo color y
contando historias de fantasmas a la profesora adjunta mientras
los niños del catálogo de Sears correteaban como si todos
ellos fueran primos en un picnic de la típica familia americana.
Incluso me alegré de ver al Raro cuando mamá finalmente vino
a recogerme.
Aquella noche me encontró con los labios presionados sobre
la pantalla del televisor intentando besar a Christopher Lee
en Drácula.
—¡(tn)! ¿Qué haces despierta a estas horas? ¡Mañana tienes
que ir a la escuela!
—¿Qué? —exclamé. La tarta de cerezas Hostess que había
estado comiendo cayó al suelo, y mi corazón con ella.
—¡Pero creía que sólo tenía que ir una vez! —dije, presa del
pánico.
—Cariño, ¡tienes que ir cada día!
¿Cada día? Aquellas palabras resonaron en mi cabeza. ¡Eran
una sentencia de muerte! Aquella noche, el Raro no pudo
competir con mis dramáticos lamentos y lloros. Mientras yacía
en la cama, rogaba por que el sol no volviera a alzarse y por
una oscuridad sin fin. Por desgracia, el día siguiente amaneció
espléndido y yo tenía un monstruoso dolor de cabeza.
Ansiaba estar con al menos una persona con la que pudiese
conectar. Pero no pude encontrar a nadie, ni en casa ni en
clase. En casa, las lámparas al estilo Tiffany reemplazaron las de
lava, los pósters luminiscentes se cubrieron con papel pintado
de Laura Ashley y un moderno televisor en color de veinticinco pulgadas sustituyó a nuestro tosco aparato en blanco y negro.
En la escuela, me dedicaba a silbar el tema de El exorcista
en lugar de cantar las canciones de Mary Poppins.
A mitad de curso traté de convertirme en vampiro. Trevor
Mitchell, un niño rubio de pelo perfectamente repeinado y de
cansados ojos azules, se convirtió en mi objetivo desde el momento
en que me quedé mirándolo fijamente cuando intentó
adelantarme en el tobogán. Me odiaba porque era la única que
no le temía. Los niños y el personal docente le hacían la pelota
porque su padre era el dueño de la mayor parte del terreno
donde se asentaban sus casas.
Trevor estaba en la fase del mordisco, no porque quisiera
ser un vampiro como yo, sino porque era mezquino. Había
arrancado trozos de carne de todos menos de mí, y yo me estaba
empezando a mosquear.
Estábamos en el patio, de pie junto a la canasta de baloncesto,
cuando pellizqué la piel de su enclenque bracito tan fuerte
que creí que la sangre saldría a borbotones. Se puso colorado
como un pimiento. Permanecí inmóvil y esperé. Trevor
temblaba de ira y sus ojos rezumaban venganza mientras yo le
sonreía maliciosamente. Entonces dejó la huella de sus dientes
en mi mano expectante. La señora Peevish tuvo que obligarle a
sentarse junto al muro de la escuela y yo bailé felizmente por
-bradley,¿que quieres ser de mayor?- pregunto la señora Peevish
-Bombero- dijo el casi gritando-
continuo preguntándole al resto de los niños hasta que llego a mi
-(tn), que quieres ser?- pregunto ella
no conteste.
-actriz?
negué con la cabeza
-¿medico?
-nuh-uh-dije
-¿azafata?
-puaj!- le respondí
-entonces que?- pregunto irritada
-quiero ser...
-si?- pregunto ella-
-quiero ser... vampiro!- grite, para el asombro de la señora Peevish y la de mis compañeros de clase.Por un momento creí que se empezaba a reírse y quizás si lo hizo.los niños que se sentaban a mi lado empezaron a alejarse de mi lentamente.Pase la mayor parte de mi infancia viendo como se apartaban de mi lentamente .
Ni idea donde me concibierón el la cama de agua de mi padre o el techo de el colegio de mi madre, todo depende de quien cuente la historia.Mis padres eran dos almas gemelas que no podian dejar atras los setenta:Amor verdadero mezclado con drogas,inciencio con olor a frambuesa y música de los Grateful Dead.
Tras mi llegada al mundo, Sarah y Paul Madison dejaron de estar tan perdidos. O dicho de otro modo, mis padres dejaron de tener «la mirada tan perdida».
Nuestro apartamento hippie estaba decorado con pósters
florales en 3D que brillaban en la oscuridad y con tubos
naranjas que contenían una sustancia viscosa que se movía
sola: lámparas de lava, de las que era imposible apartar la vista.
Los tres nos reíamos y jugábamos a «Rampas y escaleras»
mientras nos atiborrábamos de pastelitos Twinkies. Nos quedábamos
despiertos hasta tarde viendo películas de Drácula,
Batman y episodios de Dark Shadows con el infame Barnabus
Collins en el televisor en blanco y negro que nos habían regalado
al abrir una cuenta bancaria. Me sentía segura bajo el
manto de la noche, frotando la creciente barriga de mamá, que
hacía ruidos semejantes a los de las lámparas de lava. Pensaba
que daría a luz a una sustancia viscosa, pero todo cambió
cuando finalmente dio a luz a una masa viscosa: «el Raro».
¿Cómo pudo hacerlo? ¿Cómo pudo destrozar nuestras veladas
de Twinkies? A partir de entonces, mamá se iba a dormir pronto
y aquella creación a la que mis padres llamaron «Billy» lloraba
y protestaba toda la noche. De repente me encontraba
sola. Únicamente Drácula —el Drácula de la televisión— me
hacía compañía mientras mamá dormía, el Raro berreaba y
papá cambiaba pañales malolientes en la oscuridad.
Y por si eso fuera poco, me enviaron inesperadamente a un
lugar que no era mi apartamento, que no tenía pósters de flores
salvajes en 3D en las paredes, sino aburridos collages hechos
con las huellas de los niños. ¿Quién decora este sitio?, me
pregunté. Por todas partes había niños y niñas que parecían sacados
de un catálogo de Sears. Ellas llevaban vestidos de volantes
y ellos, perfectamente repeinados, pantalones de pitillo.
Mamá y papá lo llamaron «jardín de infancia».
—Serán amigos tuyos —me dijo para tranquilizarme mientras
me aferraba a ella como si me fuera la vida en ello. Se despidió
de mí y me lanzó besos mientras yo permanecía sola junto
a la matronal señora Peevish, lo cual era lo más solo que
alguien puede estar. Vi a mi madre alejarse con el Raro apoyado
en su cadera, mientras lo llevaba de vuelta a un lugar lleno
de pósters luminiscentes, películas de monstruos y Twinkies.
De algún modo, me pasé el día cortando y pegando papeles
negros, pintando los labios de una Barbie del mismo color y
contando historias de fantasmas a la profesora adjunta mientras
los niños del catálogo de Sears correteaban como si todos
ellos fueran primos en un picnic de la típica familia americana.
Incluso me alegré de ver al Raro cuando mamá finalmente vino
a recogerme.
Aquella noche me encontró con los labios presionados sobre
la pantalla del televisor intentando besar a Christopher Lee
en Drácula.
—¡(tn)! ¿Qué haces despierta a estas horas? ¡Mañana tienes
que ir a la escuela!
—¿Qué? —exclamé. La tarta de cerezas Hostess que había
estado comiendo cayó al suelo, y mi corazón con ella.
—¡Pero creía que sólo tenía que ir una vez! —dije, presa del
pánico.
—Cariño, ¡tienes que ir cada día!
¿Cada día? Aquellas palabras resonaron en mi cabeza. ¡Eran
una sentencia de muerte! Aquella noche, el Raro no pudo
competir con mis dramáticos lamentos y lloros. Mientras yacía
en la cama, rogaba por que el sol no volviera a alzarse y por
una oscuridad sin fin. Por desgracia, el día siguiente amaneció
espléndido y yo tenía un monstruoso dolor de cabeza.
Ansiaba estar con al menos una persona con la que pudiese
conectar. Pero no pude encontrar a nadie, ni en casa ni en
clase. En casa, las lámparas al estilo Tiffany reemplazaron las de
lava, los pósters luminiscentes se cubrieron con papel pintado
de Laura Ashley y un moderno televisor en color de veinticinco pulgadas sustituyó a nuestro tosco aparato en blanco y negro.
En la escuela, me dedicaba a silbar el tema de El exorcista
en lugar de cantar las canciones de Mary Poppins.
A mitad de curso traté de convertirme en vampiro. Trevor
Mitchell, un niño rubio de pelo perfectamente repeinado y de
cansados ojos azules, se convirtió en mi objetivo desde el momento
en que me quedé mirándolo fijamente cuando intentó
adelantarme en el tobogán. Me odiaba porque era la única que
no le temía. Los niños y el personal docente le hacían la pelota
porque su padre era el dueño de la mayor parte del terreno
donde se asentaban sus casas.
Trevor estaba en la fase del mordisco, no porque quisiera
ser un vampiro como yo, sino porque era mezquino. Había
arrancado trozos de carne de todos menos de mí, y yo me estaba
empezando a mosquear.
Estábamos en el patio, de pie junto a la canasta de baloncesto,
cuando pellizqué la piel de su enclenque bracito tan fuerte
que creí que la sangre saldría a borbotones. Se puso colorado
como un pimiento. Permanecí inmóvil y esperé. Trevor
temblaba de ira y sus ojos rezumaban venganza mientras yo le
sonreía maliciosamente. Entonces dejó la huella de sus dientes
en mi mano expectante. La señora Peevish tuvo que obligarle a
sentarse junto al muro de la escuela y yo bailé felizmente por
todo el patio esperando transformarme en un murciélago.
Espero que guste comenten please (:
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